por Velmiro Ayala Gauna
Esta es mi tierra.
Y este es mi pueblo...
No vine a descubrirlos con ojos de turista sino los llevo en mí, vibrando en cada fibra de mi carne, bullendo en cada gota de mi sangre, gritando mi origen correntino en el sonar de mis "elles" y en mi tendencia atávica a hacer agudas las palabras. Porque aún me cantan nostalgias en el oído: ñangapirí... guapurú... cheretá...
Mi tierra es esta... Con sus ríos grandiosos, sus arroyos cristalinos, sus lagunas misteriosas... Con sus bosques intrincados, sus pajonales inacabables, con las cuchillas sureñas donde la roca asoma bajo una leve capa de matiz vegetal... Con sus viejos naranjales, sus retazos sembrados de maíz y de mandioca. ¿Para qué más?... Con las chicharras raspando cristales en las siestas, la "ñancaniná" acechando entre los pastos y el yaguareté ronroneando entre la fronda...
Mi gente es esta... con sus pasiones bravías, sus instintos en libertad y el alma simple abierta a todas las supersticiones... Capaces de dar la vida por el amigo y capaces, también, de pegarle catorce puñaladas si se rehusan a beber la copa que le ofrecen... Gente que pasa meses y meses tirada en un catre, mirando el cielo y tomando mate, sin hacer otra cosa que soñar y que, luego, trabajan por períodos, jornadas inacabables de sol a sol, abatiendo árboles, recogiendo algodón o cortando las ramas del "caá" en los yerbales.
Hombres de físico mezquino, carnes ceñidas y aspecto miserable que pueden, sin embargo, hacer tarea de titanes, luchar cuerpo a cuerpo con los yacarés en el agua o matar a puñaladas a los yaguaretés. Que pueden soportar tremendas heridas sin quejarse y en quienes no hace mella el dolor físico, pero que se asustan ante el silbido de una lechuza y huyen como niños de una sombra.
Mujeres que tienen el coraje de los hombres, que saben darse al amor con toda su plenitud y que tienen, para "su hombre", la fidelidad animal del perro, que lame la mano que lo azota.
Mujeres y hombres que como yo respiraron el mismo aire, miraron el mismo cielo, bebieron las mismas aguas; se arrullaron en sus cunas con las mismas canciones y oyeron, en su infancia, los mismos cuentos y leyendas.
Ni peores, ni mejores... Tal como yo los ví.
Horacio Quiroga, como un Máximo Gorki criollo nos dio el drama de los ex-hombres, pero no ahondó en la psicología de la masa y séale perdonada esta irreverencia a quien no tiene en su favor otra virtud que el fanatismo de su solar nativo. Por eso en los cuentos magníficos del escritor oriental, la mujer pasa como una sombra fugaz y la pintura de los caracteres es externa, De ahí, también que la mayoría de los personajes sean ajenos al lugar, trasplantados hábilmente en un escenario que conocía y describió, en la fauna y en la flora, de modo insuperable.
Cuando los "abajeños" prueban nuestros pescados les encuentran "gusto a barro" y cuando comen un asado de las guampudas vacas montaraces, hallan la carne dura y con "sabor a pasto". Para nosotros, en cambio, los peces de mar y la carne gringa de los Shorthorn, son desabridos y desprovistos de sustancia.
¡Dios quiera que estos cuentos dejen también, en la boca de los lectores un poco de gusto a tierra!
El gusto áspero y sabroso de mi tierra guaraní...