La abuela

Por Velmiro Ayala Gauna


Para el lado del cañadón de "Los Patos" vivian los Maidanas. Cerca y lejos del pueblo a un mismo tiempo. Cerca para intervenir en sus actividades, pesar en sus pleitos y gozar de sus alegrías, y lejos, para mantener en alto sus rebeldías y desafiar, al amparo de la selva y del estero, a la autoridad o a sus enemigos.

El rancho y el campo circundante eran su feudo. Durante mucho tiempo esa comarca fue suya y en ella dictaron su ley y la impusieron a fuerza de coraje y a punta de cuchillo.

Pero ya ese tiempo había pasado. Batallas y peleas fueron diezmando a los varones que morían fieles a su código ancestral: "a lo macho, a lo Maidana". Crisanto Maidana, el abuelo, había caído con Berón de Astrada en Pago Largo. Cuando sus hijos buscaron su cuerpo, al otro día del desastre, sólo hallaron el tronco descabezado que piadosamente enterraron al pie de un espinillo.

Rito Maidana, uno de los hijos, malherido en Vences, había muerto desangrado sobre su fiel caballo con el que quiso emprender el retorno y que, cuando el dueño cayó sin vida, permaneció sin moverse junto al cadáver una larga noche; otro, Segundo Maidana, quedó destrozado por la metralla en las trincheras de Curupaity y Andrés, el menor, murió peleando por una mujer, a la salida de un baile.

Cuando los paraguayos se descolgaron desde Corrientes al mando del General Robles, una partida de tres soldados llegó una noche al rancho de los Maidanas donde sólo quedaba Ña Emeteria, la mujer de Segundo, quien había huído con otros correntinos a hostigar a los invasores desde los montes.

Al verla sola los soldados quisieron abusar de ella, pero Ña Emeteria, descolgando ün facón que su marido le había dejado, se defendió tan bravamente que hirió de gravedad a uno y atemorizó de tal manera a los otros dos, que huyeron llevándose al herido, pero no sin antes prender fuego al rancho que ardió por los cuatro costados.

Ayudada por los vecinos, la mujer levantó una nueva habitación a unos trescientos metros del lugar "pa estar cerca'l estero ande se había escuendido su hombre".

Las paredes quernadas aún se veían al venir del pueblo como mudos testigos de su hazaña.

En el rancho sólo moraba Ña Emeteria, fuerte y dura, en sus casi cincuenta años y un casal de nietos, que su único hijo Santos, le había traído desde la Capital para que los criara "a lo Maidana", sin decirle jamás el nombre ni el destino de la madre. Meses después supo, por boca del comisario, que su Santos "había muerto a un hombre y a una mujer y había juído pa'l Chaco".

Ella, que estaba moliendo maíz, en el patio, escuchó impasiblé la noticia y siguió batiendo el grano indiferente. Rosa, la mujercita, creció gárrida y diligente; era el brazo derecho de la casa y quien, con su trabajo, mantenía lo poco que quedaba de la hacienda.

Santito, en cambio, la tenía preocupada. Era bueno y la quería, pero gustaba más del ocio que del trabajo. Aborrecía el andar a caballo y las tareas varoniles. Rehuía las discusiones y hacía oídos sordos a las pullas.

A pesar de haber cumplido los dieciocho años, frecuentaba poco la pulpería, no alzaba facón y no le conocían novia.

-¡A ver si me ha salido maricón! - pensaba a veces, la vieja.

Pero, en seguida, reaccionaba:

-¡No, si es un Maidana en pinta!... Es medio blando nomás, pero ya lo ha de madurar el tiempo...

* * *

Una vela de sebo colocada sobre una botella estaba en medio de la pieza.

Sentada, junto a la mesa, Ña Emeteria liaba cigarro tras cigarro para matar el tiempo, mientras esperaba el regreso de los nietos, que habían ido a un baile en el pueblo. Santito, al principio, no había querido ir pero su hermana insistió con tanta pertinacia que, al fin, terminó por vencer su resistencia. La abuela, además, había sentenciado:

-Tenés que d'ir... Ya es hora que ésta tenga novio, sino se va a quedar pa vestir santos...

-Pero, ¡agüela!... - intentó protestar Rosa.

-¡Qué agüela ni agüela!... Si ya debés tener tu pior es nada m'hija...

-¡Y no! -terció el hermano- pa la fiesta'e Reyes andaba con el Zenón, prendido por su pollera como garrapata a la hacienda...

-Salí d'ahí con ese bruto... Si es más guaso que no se qué... -dijo la moza y entró a la pieza vecina.

Ña Emeteria recordaba la escena y sonreía cuando, de pronto la sorprendió la entrada violenta de la muchacha que gritó jadeante:

-¡Agüela... agüela!... Zenón salió'e la tapera y me quiso faltar...

-¿Y qué?

-Santito se le puso al frente y ahí quedaron peliando... La vieja suspiró aliviada.

-¿Peliando?... ¡Al fin mi nieto demuestra ser Maidana! Pero, súbitamente, recordó:

-¿Peliando?... ¿Y con qué?... ¿Si Santos no lleva cuchillo?

Y ahí nomás, descolgando de la pared el facón del finado marido salió corriendo para llevárselo.

Iba cortando campo, tropezando y cayendo, la mano cerrada sobre el puñal.

Cerca de la tapera oyó risas y gemidos.

El miedo le puso su mano de hielo sobre el corazón.

-¡Que no le hayan muerto, pobrecito! - imploró.

-Pasó por la puerta de la derruída habitación y lo vio, arrodillado en el medio, implorante, mientras, a su lado, Zenón le acotaba misericorde con una varilla.

Al ver a la vieja el hombre detuvo su castigo.

La mujer se acercó al nieto y le ofreció el facón.

-Tomá mi'hijo, ¡defendete!

Pero, Santito; abrazándose a sus rodillas; gimió:

-¡No, agüela, me va a matar!

Y se apretaba como un corderillo temeroso contra sú falda.

-¡Je!... ¡Qué se va a defender si es un marica!... - se burló Zenón y escupió despectivo.

El insulto hirió a la vieja como una bofetada. El recuerdo de todos los Maidana muertos heroicamente cruzó por su memoria e imaginó cómo despreciarían a éste descendiente que no sabía hacer honor a su apellido.

Entonces, con el facón que tenía en la mano, el mismo con que había ahuyentado a los paraguayos que quisieron mancillarla, dio un fuerte golpe en la cabeza del nieto que cayó desvanecido.

Después, terrible como una de las Furias, dijo al hombre:

-¡Y aura, maula, defendete!

-¡Bah! No peleo con mujeres... - respondió Zenón y buscó la puerta.

Pero frente a la misma, con el puñal en la mano, estaba Ña Emeteria.

-¡Déjeme pasar, vieja loca!...

Pero un feroz planazo lo arrojó contra la pared. Furioso sacó su arma y entre las sombras, que apenas alumbraba una luna amarillenta, se desarrolló el duelo singular.

Ña Emeteria parecía haber rejuvenecido. Se movía diestra y ágil, y su acero iba marcando rojas líneas en la cara del ofensor.

Zenón se limitó a defenderse en un principío, pero, luego, al ver en peligro su vida, se tiró a matar.

La vieja intuyó el golpe y se hizo a un lado, recibiendo en la punta del cuchillo al hombre que, llevado por el impulso, se clavó en la hoja. De su boca escapó un chorro de sangre y cayó exánime junto al ofendido.

Ña Emeteria sacó el cuchillo del pecho y se arrodilló al lado del nieto. Ya llegaban a ella las voces de la gente que parecía venir en su ayuda. Su mano callosa buscó el corazón de Santito y, sin vacilar, hundió el facón hasta la empuñadura.

Luego lo arrancó de un golpe y lo tiró entre ambos cuerpos.

* * *

Cuando arribaron lós vecinos conducidos por Rosa, hallaron a Ña Emeteria, de pie, junto a la puerta.

-¡Ahí están! -dijo- ...Muertos los dos...

-¡Muertos!... -gimió Rosa-. ¡Pobre Santito!

-¡Pobre, no!... -tronó la vieja- porque murió en su ley... "a lo macho, a lo Maidana"...

Los vecinos cargaron el cuerpo del nieto sobre un poncho y lo llevaron al rancho.

Al frente de ellos, dura y fría, marchaba la víeja.


Publicado en el Dianio "La Prensa" de Buenos Aires, Traducido al ruso e incluido en la Antología "Cuentistas Argentinos" publicado por la Biblioteca "Literatura Extranjera", Moscú, año 1957.