Por Ricardo Güiraldes
De esto hará unos ochenta años, en el campamento del coronel Baigorria que comandaba una sección cristiana entre los indios ranqueles, entonces capitaneados por Painé Guor.
El capitán Zamora - diremos no dando el verdadero nombre -, poseía una querida, rescatada al tolderío con sus mejores prendas de plata.
Misia Blanca era un bocado que despertaba codicias con su hermosura rellena, y muchos le arrastraban el ala, con cuidado, vista la fiereza del capitán.
Y era coqueta: daba rienda, engatusaba con posturas y remilgos, para después esquivar el bulto; modo de aguzar los deseos en derredor suyo.
Celoso y desconfiado, Zamora no le perdía pisada, conociendo sus coqueteos que más de una vez le llevaron a azotar a un pobre diablo o a tomarse en palabras con un igual.
Durante dos meses, Blanca pareció responder a sus caricias. Llamábale mi salvador, mi negro guapo, y le estaba, en suma, agradecida por haberla librado de la indiada.
Pero (ya que siempre los hay) al cabo de esos dos meses las demostraciones fueron mermando, el amor de Blanca aflojó y había de ser, como los mancarrones lunancos, para no componerse más.
Zamora buscó fuera la causa, y dio en uno de sus soldados, chinazo fortacho y buen mozo aumentativamente.
Los espió, haciéndose el rengo.
Cuando estuvo seguro, dijo para sus bigotes:
- Mula, desagradecida, miás trampiao y vas a pagar la chanchada.
Prendió un nuevo cigarrillo sobre el pucho y saltó en pelos, tomando al galope hacia lo de Sofanor Raynoso, uno de sus soldados.
Llegado al toldo, saludó a una chinita que pisaba maíz y aguardó que se acercara su hombre, que, dejando un azulejo a medio tusar, venía a ponerse a la orden.
- Sofanor, tengo que hablarte.
Se apartaron un trecho.
- ¿Y cómo te va yendo?
-¡Regular!
- ¿Siempre estah' enfermo?
- Mah' aliviadito, señor; pero no hayo descanso.
- Mirá - dijo con decisión Zamora -, te acordás de Blanca, ¿no?...; ya se te hace agua la boca, ¡perro!...; esperá que concluya. Güeno..., vahá buscar toditos loh' enamoraos; ai está el mulato Serbiliano, y los dos teros, y Filomeno, lo mesmo que el chueco y Mamerto y Anacleto... Güeno: el rancho va'star solo, ansina que te lo yevás todos, y al que le guste que le prienda; pero con la alvertencia... que vos has de ser el primero.
El capitán Zamora dio vuelta a su caballo, levantó la mano como para saludar y enderezó a los toldos de su hermano Pichuiñ Guor. Allá pasaría tres días platicando pa despenarse en el olvido.