Buscando pistas

(Parte 4 de La pesquisa de Don Frutos, de Velmiro Ayala Gauna)


Inmediatamente inquirió a su subordinado:
-¿Estuvo el tuerto ayer en las carreras?
-Sí, pero él pasó la tarde jugando a la taba.
-¿Y le jue bien?
-¡Y de no! ¡Si era como no hay otro pa clavarla de vuelta y media! ¡Dios lo tenga en su santa gloria! Ganó una ponchada de pesos. Al capataz de la estancia, a ese que le dicen “Míster’, lo dejó sin nada y hasta le ganó tres esterlinas que tenia de ricuerdo; al Ñato Cáceres le gano ochenta pesos y el anillo de compromiso.
-Güeno, revisalo a ver si encontrás la plata.

El cabo obedeció. Dio vueltas el cadáver y le metió la mano en los bolsillos, hurgó en el amplio cinturón y le tanteó las ropas.

-Ni un veinte, comesario.
-A ver, vamos a buscar en la pieza, puede que la haiga escondido.
-Pero comisario -saltó el oficial-. Así van a borrar todas las huellas del culpable.
-Qué huellas, m´hijo?
-Las impresiones dactilares.
-Acá no usamos de eso m´hijo. Tuito lo hacemos a la que te criaste nomás.

Y ayudado por el cabo y el agente, empezó a buscar en cajones, debajo del colchón y en cuanto posible escondite imaginaron.

Arzásola, entretanto, seguía acumulando elementos con criterio científico, pero se encontraba un poco desconcertado. En la ciudad, sobre un piso encerado, un cabello puede ser un indicio valioso, pero en el sucio piso de un rancho hay miles de cosas mezcladas con el polvo: recortes de uñas, llaves de latas de sardinas, botones, semillas, huesecillos, etc.

Desorientado y después de haber llenado sus bolsillos con los objetos más heterogéneos que encontró a su paso, dirigió en otro sentido sus investigaciones.