(Parte 7 de La pesquisa de Don Frutos, de Velmiro Ayala Gauna)
En cinco manos callosas aparecieron carteras grasientas o pesos arrugados.
El inglés sin inmutarse, advirtió:
-Mi no tener una moneda.
Al oírlo, Arzásola se acercó a don Frutos y le dijo suavemente:
-Está mintiendo, me parece. Debe ser él y seguro ha escondido lo robado. Lo habrá hecho para recobrar sus esterlinas.
-No -le respondió el superior-. Este no puede ser mirale a los pieses.
El inglés permanecía firme y estático mientras los otros, inquietos se asentaban ahora sobre un pie, ahora sobre el otro.
-¿Ves m´hijo? El Míster’ puede estarse mucho tiempo sin moverse, mientras que el que estuvo allá dejó el suelo como pisadero para hacer ladrillos
Se acercó a los hombres silenciosos y les revisó el dinero sin decir palabra.
Se retiró unos pasos atrás y le dijo al oficial:
-El polaco, el italiano pelo e´choclo y los dos gallegos no han estado en la tabeada.
-¿Cómo lo puede asegurar? Si ni siquiera los ha interrogado.
-¿No viste que la plata de éstos estaba limpita y lisa? La de los otros estaba arrugada y sucia de tierra. Cuando puedas observar una partidita vas a ver cómo los tabeadores estrujan los billetes, los hacen bollitos, los doblan y los sostienen entre los dedos, los tiran al suelo, los pisan, los arrugan, etc. Uno de esos dos debe ser.
Se acercó de nuevo a la fila y pasándose el pañuelo por la cara dijo:
-Está apretando el calor, ¿no?
Miró al italiano de saco de pana y le aconsejó con tono paternal;
-Ponéte cómodo sacate el saco.
-Estoy bien gracias.
-Sacate el saco he dicho -ordenó entonces con rudeza, y luego con aire protector:- te va a embromar el calor si no lo hacés.
A regañadientes obedeció el otro.
Apenas lo hubo hecho cuando don Frutos indicó al cabo:
-¡Metelo preso! Ese es el criminal.