La escena del crimen

(Parte 3 de La pesquisa de Don Frutos, de Velmiro Ayala Gauna)


Cuando después de una buena media hora arribaron al rancho de las afueras donde había ocurrido el suceso, ya el oficial había redactado “in mente’ el informe que elevaría a las autoridades sobre la inoperancia del comisario, sus arbitrarios procedimientos y su inhabilidad para el cargo. Creía que era llegada la ocasión propicia para su particular lucimiento y para apabullar con sus mayores conocimientos los métodos simples y arcaicos del funcionario campesino. Lo único que lamentaba era haber olvidado en la ciudad una poderosa lupa que le hubiera servido de maravilloso auxiliar para la búsqueda de huellas.

Apenas a unos pasos de la puerta estaba el extinto de bruces contra el suelo.
-¡Andá! -ordeno el comisario al cabo Leiva.- Abrí bien la ventana pa que dentre la luz.

Este lo hizo así y el resplandeciente sol tropical entró a raudales en la reducida habitación.

Don Frutos se inclinó sobre el cadáver y observó en la espalda las marcas sangrientas de tres puñaladas que teñían de rojo la negra blusa del caído.

-Forastero -gruñó.

Luego buscó un palito y lo introdujo en las heridas. Finalmente lo dejó en una de ellas y aseveró:
-Gringo.

Se irguió buscando algo con la mirada y, al no encontrarlo, dijo al cabo:
-Andá, sacale las riendas al rosillo que es mansito y traémelas.

Cuando al cabo de un momento las tuvo en su poder, midió con una la distancia de los pies del difunto hasta la herida y, luego, haciendo colocar a Leiva a su frente marcó la misma sobre sus pacientes espaldas. En seguida alzó un brazo y lo bajó. No quedó satisfecho al parecer y, poniéndose en puntas de pie, repitió la operación.

-¡Ajá! -dijo-. Es más alto que yo, debe medir un metro ochenta más o menos.